Abracadabra

sábado, 3 de diciembre de 2011


Canción de la vacuna
María Elena Walsh


Había una vez un bru
un brujito que en Gulubú
A toda la población
embrujaba sin ton ni son
Pero un día llegó el doctorrrrr
manejando un cuatrimotorrrrr
¿Y saben lo que pasó?
¿Y saben lo que pasó?
¡Nooooooo!

Todas las brujerías del brujito de Gulubú
se curaron con la vacú
con la vacuna luna luna lu

La vaca de Gulubú
no podía decir ni mu
El brujito la embrujó
y la vaca se enmudeció
Pero un día llegó el doctorrrrr
manejando un cuatrimotorrrrr
¿Y saben lo que pasó?
¿Y saben lo que pasó?
¡Nooooooo!

Todas las brujerías del brujito de Gulubú
se curaron con la vacú
con la vacuna luna luna lu

Los chicos eran muy bu
burros todos en Gulubú
Se olvidaban la lección
o sufrían de sarampión
Pero un día llegó el doctorrrrr
Manejando un cuatrimotorrrrr
¿Y saben lo que pasó?
¿Y saben lo que pasó?
¡Nooooooo!

Todas las brujerías del brujito de Gulubú
se curaron con la vacú
con la vacuna luna luna lu

Ha sido el brujito el u
uno y único en Gulubú
que lloró, pateó y mordió
cuando el médico le pinchó
Y después se marchó el doctorrrrr
manejando un cuatrimotorrrrr
¿Y saben lo que pasó?
¿Y saben lo que pasó?
¡Nooooooo!

Todas las brujerías del brujito de Gulubú
se curaron con la vacú
con la vacuna luna luna lu 

Se curaron con la vacú
con la vacuna luna luna lu

sábado, 26 de noviembre de 2011

En la LUNA. Autora: Silvia Schujer


Si se la ve solamente de noche... ¿cómo se hace para viajar a la Luna de día? - Oliverio tomó asiento. Sacó lo imprescindible de la mochila y la colocó a su costado.
Oprimió el botón de despegue y sintió que todo su cuerpo comenzaba a elevarse. Lentamente. Lentamente, al principio.
En pocos minutos, los ruidos y las voces conocidas empezaron a bajar el volumen hasta perderse por completo.
Las cosas y las personas fueron disminuyendo su tamaño hasta convertirse en hormigas y, en seguida, desaparecer.
Oliverio abrió la carpeta y anotó: "Despegue sin problemas", "Primer tiempo de vuelo silencioso".
Un rayo de luz calentito y amarillo se coló por la ventana.
Oliverio giró apenas la cabeza y, ante sus ojos, el espacio infinito llenó completamente su atención.
Después de comprobar que no era oscuro, el universo luminoso le permitió divisar los paisajes con lujo de detalles: estrellas apagadas por la luz del día, planetoides blancos alineados sobre un gran espejo verde.
Oliverio anotó en la carpeta: "Las luces del espacio se meten por la ventana", "Algo verde se ve en el frente".
De pronto, el chirrido de una puerta rompió el silencio bruscamente. Antes de reaccionar, Oliverio creyó escuchar un sonido distorsionado diciendo: AQUIESTAELBORRADOR. Una voz lejana metiéndose por alguna ranura de la nave en cámara lenta.
Preocupado, estiró la mano para comprobar que su cápsula estuviera herméticamente cerrada. Y cuando volvió su mirada hacia el frente, una nube de polvo cubría los planetoides blancos. Al cabo de unos segundos, reaparecería la brillante superficie verde del frente.
Oliverio escribió en su carpeta: "Los planetoides desaparecieron tras una nube de polvo".
El tiempo se fue volviendo más lento. Más gelatinoso.
Oliverio apretó el botón para acelerar la velocidad de su viaje y una sucesión de imágenes desfiló ante su vista como los cuadros de una película.
Al principio, una suelta de colores desbordó de sus pantallas de control.
Planetas con forma de manzanas y alfajores fueron quedando atrás a su paso.
Oliverio creyó ver entre el desorden de imágenes otros claros planetoides desparramados sobre el espejo verde del frente.
Atravesando una larga extensión cósmica, reconoció a Esteban y a otros cinco compañeros saludándolo desde el espacio infinito. Caminando por la inmensidad del universo. Perdidos y sonrientes como él.
Hasta que una voz se internó como una aguja en sus oídos.
—¡Oliverio! —sonó metálicamente.
Asustado por el extraño zumbido, Oliverio aumentó la velocidad y por fin pudo divisar la superficie de la luna. Blanca como la leche.
Tan nítidamente la vio ir tomando forma, que, por un momento, tuvo la sensación de que no era él quien se acercaba a la Luna, sino que la luna se arrimaba a él.
—¡Oliverio! ¡Oliverio! —volvió a sonar en la nave como si alguien lo llamara desde adentro.
Decidido a no interrumpir su travesía a pesar del miedo (porque tenía miedo), Oliverio oprimió el botón de llegada urgentemente.
Con cierta emoción comprobó que las rueditas se asomaban por la base de la nave.
—¡Oliverio! —sonó estruendosamente.
Y procedió al alunizaje. Tranquilo, con la suavidad de un bostezo nocturno, para no cometer errores.
Se colocó el casco. Esperó que el motor detuviera su marcha por completo y entonces se puso de pie.
—¡La Luna! —pensó Oliverio-. ¡La Luna!
Y la vio toda de blanco con sus cráteres inconfundible, los banderines, los selenitas y las selenitas haciéndole señas de bienvenida.
—¡Oliverio! —sonó casi al borde de su nariz.
Y Oliverio, maravillado, abrió la puerta y, apenas apoyó un pie sobre la superficie, recibió sorprendido el encuentro.
—¿Me puede decir dónde estaba, señor? —preguntó la maestra.
—-En la Luna —respondió Oliverio con toda sinceridad. Y la boca se le quedó un poco abierta. Seguramente por los recuerdos.
—Repita lo que yo estaba explicando —dijo la maestra.
—¿Cómo? —preguntó Oliverio.
—¿Me puede decir dónde estaba "el señor" mientras yo explicaba?
—En la Luna —aseguró Oliverio.
Y entonces la maestra agarró la carpeta y se puso a escribir una nota a los padres.
Cuando Oliverio llegó a su casa, se sentó a comer y...
-¿Qué tal, Oli? ¿Cómo te fue en el colegio? -le preguntó su mamá.
—Me pusieron una mala nota por no prestar atención — respondió.
—¡Pero qué chico! —dijo la mamá—. ¡Siempre en la Luna! —agregó enojada. Pero se quedó dura cuando sin saber ella por qué, Oliverio le dio un beso, un abrazo y le dijo: —No importa mamucha. Por suerte vos me creés.

viernes, 25 de noviembre de 2011



Manuelita vivía en Pehuajó
pero un día se marchó.
Nadie supo bien por qué
a París ella se fue
un poquito caminando
y otro poquitito a pie.

Manuelita, Manuelita,
Manuelita dónde vas
con tu traje de malaquita
y tu paso tan audaz.

Manuelita una vez se enamoró
de un tortugo que pasó.
Dijo: ¿Qué podré yo hacer?
Vieja no me va a querer,
en Europa y con paciencia
me podrán embellecer.

En la tintorería de París
la pintaron con barniz.
La plancharon en francés
del derecho y del revés.
Le pusieron peluquita
y botines en los pies.

Tantos años tardó en cruzar el mar
que allí se volvió a arrugar
y por eso regresó
vieja como se marchó
a buscar a su tortugo
que la espera en Pehuajó.




Maria Elena Walsh

jueves, 10 de noviembre de 2011

Sapo verde Graciela Montes

Humberto estaba muy triste entre los yuyos del charco.
Ni ganas de saltar tenía. Y es que le habían contado que las mariposas del Jazmín de Enfrente andaban diciendo que él era sapo feúcho, feísimo y refeo.
—Feúcho puede ser —dijo, mirándose en el agua oscura—, pero tanto como refeo... Para mí que exageran... Los ojos un poquitito saltones, eso sí. La piel un poco gruesa, eso también. Pero ¡qué sonrisa!
Y después de mirarse un rato le comentó a una mosca curiosa pero prudente que andaba dándole vueltas sin acercarse demasiado:
—Lo que a mí me faltan son colores. ¿No te parece? Verde, verde, todo verde. Porque pensándolo bien, si tuviese colores sería igualito, igualito a las mariposas.
La mosca, por las dudas, no hizo ningún comentario.
Y Humberto se puso la boina y salió corriendo a buscar colores al Almacén de los Bichos.
Timoteo, uno de los ratones más atentos que se vieron nunca, lo recibió, como siempre, con muchas palabras:
— ¿Qué lo trae por aquí, Humberto? ¿Anda buscando fosforitos para cantar de noche? A propósito, tengo una boina a cuadros que le va a venir de perlas.
— Nada de eso, Timoteo. Ando necesitando colores.
— ¿Piensa pintar la casa?
— Usted ni se imagina, Timoteo, ni se imagina.
Y Humberto se llevó el azul, el amarillo, el colorado, el fucsia y el anaranjado. El verde no, porque ¿para qué puede querer más verde un sapo verde?
En cuanto llegó al charco se sacó la boina, se preparó un pincel con pastos secos y empezó: una pata azul, la otra anaranjada, una mancha amarilla en la cabeza, una estrellita colorada en el lomo, el buche fucsia. Cada tanto se echaba una ojeadita en el espejo del charco.
Cuando terminó tenía más colorinches que la más pintona de las mariposas. Y entonces sí que se puso contento el sapo Humberto: no le quedaba ni un cachito de verde. ¡Igualito a las mariposas!
Tan alegre estaba y tanto saltó que las mariposas del Jazmín lo vieron y se vinieron en bandada para el charco.
— Más que refeo. ¡Refeísimo! —dijo una de pintitas azules, tapándose los ojos con las patas.
— ¡Feón! ¡Contrafeo al resto! —terminó otra, sacudiendo las antenas con las carcajadas.
— Además de sapo, y feo, mal vestido —dijo una de negro, muy elegante.
— Lo único que falta es que quiera volar —se burló otra desde el aire.
¡Pobre Humberto! Y él que estaba tan contento con su corbatita fucsia.
Tanta vergüenza sintió que se tiró al charco para esconderse, y se quedó un rato largo en el fondo, mirando cómo el agua le borraba los colores.
Cuando salió todo verde, como siempre, todavía estaban las mariposas riéndose como locas.
— ¡Sa-po verde! ¡Sa-po verde!
La que no se le paraba en la cabeza le hacía cosquillas en las patas.
Pero en eso pasó una calandria, una calandria lindísima, linda con ganas, tan requetelinda, que las mariposas se callaron para mirarla revolotear entre los yuyos.
Al ver el charco bajó para tomar un poco de agua y peinarse las plumas con el pico, y lo vio a Humberto en la orilla, verde, tristón y solo. Entonces dijo en voz bien alta:
— ¡Qué sapo tan buen mozo! ¡Y qué bien le sienta el verde!
Humberto le dio las gracias con su sonrisa gigante de sapo y las mariposas del Jazmín perdieron los colores de pura vergüenza, y así anduvieron, caiduchas y transparentes, todo el verano.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

CARTA DE UN HIJO A TODOS LOS PAPAS DEL MUNDO

No me des todo lo que pido. A veces solo pido para ver hasta cuando puedo tomar. Te respeto menos cuando lo haces y me enseñás a gritar a mi también y yo no quiero hacerlo.
No me des siempre órdenes. Si en vez de órdenes, a veces me pidieras  las cosas, yo la haría más rápido y con más gusto. 
Cumplí las promesasbuenas o malas. Si me prometes un premio, dámelo, pero tambíen si es castigo. 
No me compares con nadie, especialmente con mi hermano o con mi hermana. Si me preferís antes que los demás, alguien va sufrir y si preferís a los demás seré yo quien sufra. 
No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer, decidite y mantené la decisión. 
Dejá que intente valerme por mí mismo. Si vos hacés todo por mí, yo nunca podré aprender. 
No digas mentiras, ni me pidas que las diga por vos, aunque sea para sacarte del apuro. Me haces sentir mal y perder fe en lo que decís. 
Cuando yo hago algo malo, no me exijas que te diga el porque lo hice. A veces ni yo mismo lo sé.
Cuando estes equivocado en algo, admítelo. Crecerá la opinión que yo tengo de vos y me enseñarás a admitir mis equivocaciones .
Tratáme con la misma amabilidad y cordialidadd con que tratás a tus amigos, que seamos familia, no quiere decir que no podamos también ser amigos. 
No me digas que haga una cosa que vos no querés hacer. Yo aprenderé y haré siempre lo que vos hagas.
Enseñame a amar 
Escúchame: Cuando te cuente un problema mío, no me digas: no tengo tiempo para pavadas o eso no tiene importancia tratá de comprenderme y ayudarme.
Quereme. Quereme y decímelo. A mí me gusta oírtelo decir, aunque vos no creas necesario decirmelo.
UN HIJO
EL VUELO DE LOS GANSOS
"La ciencia ha descubierto que los gansos vuelan formando una V, porque cuando cada pájaro bate sus alas, produce un movimiento en el aire que ayuda al ganso que va detrás de él.
Volando en V, toda la banda aumenta por lo menos en un 70%
su poder de vuelo que si cada pájaro lo hiciera solo".

Conclusión: Cuando compartimos una dirección común y tenemos sentido de comunidad,
podemos llegar a donde deseamos más fácil y rápido. Esto es el apoyo mutuo.

"Cada vez que un ganso se sale de la formación y siente la resistencia del aire,
se da cuenta de la dificultad de volar solo y de inmediato se incorpora de nuevo
a la fila para beneficiarse del poder del compañero que va adelante".

Conclusión: Si tuviéramos la lógica de un ganso nos mantendríamos con aquellos
que se dirigen en nuestra misma dirección.

"Cuando un líder de los gansos se cansa, se pasa a uno de los puestos de atrás
y otro ganso toma su lugar".

Conclusión: Obtenemos resultados óptimos cuando hacemos turnos para realizar los trabajos difíciles.

"Los gansos que van detrás producen un sonido propio de ellos
y lo hacen con frecuencia para estimular a los que van adelante para mantener la velocidad".

Conclusión: Una palabra de aliento produce grandes resultados.

"Cuando un ganso enferma o cae herido por un disparo, dos de sus compañeros se salen de la formación
y lo siguen para ayudarlo y protegerlo y se quedan con él hasta que esté nuevamente
en condiciones de volar o hasta que muere".

Conclusión: Sólo si tuviéramos la inteligencia de un ganso nos mantendríamos
uno al lado del otro ayudándonos y acompañándonos.